Las últimas horas del Che en Bolivia · Paco Ignacio Taibo II |
Gracias al hábito del Che Guevara de ir anotando los principales hechos de cada día, disponemos hoy de una información pormenorizada, rigurosamente exacta e inestimable de aquellos heroicos meses finales de su vida, recopilados en este Diario de Bolivia. En las siguientes líneas reproducimos un extracto del epílogo del libro, en el que Paco Ignacio Taibo II relata las últimas horas del comandante, los días 8 y 9 de octubre de 1967.

Epílogo de Diario de Bolivia · por Paco Ignacio Taibo II
Amanece el 9 de octubre. Los cablegramas viajan de la Embajada norteamericana en La Paz a Washington, el embajador Henderson le dice al State Department que el Che esta «entre los capturados seriamente enfermo o herido». Los asesores en temas latinoamericanos de Lyndon Johnson usando fuentes de la CIA reportan que Barrientos dice que tiene al Che y que quiere verificar con las huellas digitales al hombre que ha sido capturado herido.
Bajo el mando del mayor Ayoroa los rangers peinan las quebradas a la búsqueda de los sobrevivientes. El capitán Gary Prado da la versión oficial: «Se inicia este operativo en la mañana del 9 cuidadosamente revisando palmo a palmo las quebradas. La compañía A encuentra las cuevas donde estaban refugiados Chino y Pacho y cuando los intimaban rendición disparan y matan a un soldado, ocasionando la reacción rápida de los rangers que con granadas de mano y ametralladoras los silencian». Curiosamente en otra parte de su versión dice que los soldados le reportaron «la presencia de guerrillero», no de dos. ¿Por qué si había dos hombres en la quebrada los supervivientes no los vieron la noche anterior? ¿Por qué no hay ninguna entrada en el diario de Pacho el día 8?
En La Higuera el coronel y el agente de la CIA entran a ver al Che. Un soldado contará años más tarde: «Uno de los comandantes discutió con el Che bastante fuerte y ese comandante tenía al lado una persona, un periodista sería, que grababa con una especie de grabadora muy grande colgada del pecho». En la versión de Rodríguez, las cosas son más amables. Sacan al Che de la escuela y le piden permiso para hacer una foto. Félix se coloca al lado del guerrillero. Hacia las diez de la mañana el mayor Niño de Guzmán, el piloto del helicóptero, dispara la Péntax del agente de la CIA. La foto ha llegado hasta nosotros: El Che es una maraña de pelo aleonada, una cierta desolación áspera en el rostro, la barba sucia, los ojos achicados por el agotamiento y el sueño, las manos unidas como si estuvieran atadas. Habrá otro par de fotos esa mañana tomadas por soldados y muy similares, en ambas el derrotado comandante Guevara rehusa mirar a la cámara.
Zenteno va hacia el Yuro para supervisar la operación en curso. Rodríguez, mientras tanto, manda con su RS48 portátil un mensaje cifrado. Selich que lo observa es muy preciso: «Traía una radiotransmisora de gran alcance que se instaló inmediatamente y transmitió un cifrado en clave de 65 grupos aproximadamente. Inmediatamente instaló sobre una mesa al sol una máquina fotográfica dispuesta sobre un dispositivo de cuatro pies telescópicos y comenzó a tomar fotografías». Le interesan particularmente los dos diarios del Che, el libro de claves y la libreta de direcciones en todo el mundo.
Los militares y el agente de la CIA se encuentran en el patio frente a la casa del telegrafista. Rodríguez hace un comentario al fotografiar el libro de claves: «Sólo hay dos ejemplares en el mundo, uno en manos de Fidel Castro y éste». Selich retorna a Vallegrande en el helicóptero con los dos soldados heridos. A las once y media Zenteno regresa a la Higuera con una escolta y el mayor Ayoroa, se encuentran al agente de la CIA en plena operación.
Los militares lo ven hacer. Zenteno lo comenta apenas y Rodríguez le asegura que copias de las fotos les serán entregadas en La Paz. «Nadie objetó la toma de fotografías, nadie se opuso», dirá más tarde el mayor Ayoroa.
En la soledad del cuarto el Che les pide a sus custodios que le permitan hablar con la maestra de la escuela, Julia Cortez; ella dirá que el Che le dijo:
–Ah, usted es la maestra. ¿Sabe usted que la e de se no lleva acento en ‘ya se leer’ –señala un pizarrón–. Por cierto, en Cuba no hay escuelas como ésta. Para nosotros esto sería una prisión. ¿Cómo pueden estudiar aquí los hijos de los campesinos?
Esto es antipedagógico.
–Nuestro país es pobre.
–Pero los funcionarios del gobierno y los generales tienen automóviles Mercedes y abundancia de otras cosas... ¿verdad?
Eso es lo que nosotros combatimos.
–Usted ha venido de muy lejos a pelear en Bolivia.
–Soy revolucionario y he estado en muchos lugares.
–Usted ha venido a matar a nuestros soldados.
–Mire, en la guerra, o se gana o se pierde.
¿En qué momento el coronel Zenteno le transmitió a Ayoroa la orden presidencial de asesinar al Che? ¿Trató Félix Rodríguez de convencerlo de que no lo mataran, de que el Che era en esos momentos más útil vivo y derrotado que muerto?
En sus memorias, el agente de la CIA lo afirma, en sus posteriores declaraciones Zenteno no lo menciona. Rodríguez cuenta que conversó con el Che durante hora y media, que incluso el comandante le pidió que transmitiera a Fidel el mensaje de que la revolución latinoamericana triunfaría y que le dijera a su mujer que se casara de nuevo y fuera feliz.
Pero la hora y media en realidad no pasó de un cuarto de hora y otras fuentes militares coinciden en que el Che reconoció a Rodríguez como un «gusano» al servicio de la CIA, lo llamó mercenario y se limitaron a intercambiar insultos. El hecho es que a las 11.45 Zenteno recoge el diario y la carabina del Che y junto con Rodríguez parte en el helicóptero que acaba de retornar.
A medio día el Che pide que le permitan hablar de nuevo con la maestra. Ella no quiere, tiene miedo. Mientras tanto, a unos quinientos o seiscientos metros del pueblo, los guerrilleros supervivientes esperan que se haga de noche para moverse. Alarcón cuenta: «Allí nos enteramos que el Che estaba preso (...) Nosotros oíamos las noticias a través de una radio chiquita que teníamos y que disponía de un auricular (...) Nosotros creíamos que se trataba de desinformación del ejército. Sin embargo, como a las 10 de la mañana ya hablaban de que el Che estaba muerto y (...) hablaban de una foto que él traía en su bolsillo con su señora y sus hijos. Cuando los tres cubanos oímos aquello nos miramos fijamente mientras las lágrimas nos salían en silencio. (...) Aquella cosa nos dio la veracidad de que el Che había muerto en combate, sin que nos pasara por la mente que lo teníamos vivo a poco más de 500 metros».
A media mañana Ayoroa solicitó voluntarios entre los rangers para la tarea de verdugo. El suboficial Mario Terán pidió matar al Che; un soldado recuerda: «Decía como argumento que de la compañía B habían muerto tres Marios y en honor a ellos deben darme el derecho de matar al Che». Estaba medio borracho. El Sargento Bernardino Huanca se ofreció para asesinar a los compañeros del Che. Pasada la una de la tarde, Terán, de baja estatura, no mediría más de 1.60, chato, 65 kilos, entró al cuartito de la escuela donde estaba el Che. Traía un M2 en las manos que le había prestado el suboficial Pérez. En el cuarto de al lado Huanca acribillaba al Chino y a Simón. El Che estaba sentado en un banco, con las muñecas atadas, la espalda a la pared. Terán duda, dice algo, el Che responde:
–Para qué molestarse. Vienes a matarme.
Terán hace un movimiento como para marcharse y dispara la primera ráfaga respondiendo a la frase que casi 30 años después dicen que dijo el Che: «Tirá, cobarde que vas a matar a un hombre». «Cuando llegué el Che estaba sentado en el banco. Al verme dijo: usted ha venido a matarme. Yo no me atrevía a disparar, y entonces el hombre me dijo: Póngase sereno, usted va a matar a un hombre. Entonces di un paso atrás, hacia el umbral de la puerta, cerré los ojos y disparé la primera ráfaga. El Che cayó al suelo con las piernas destrozadas, se contorsionó y empezó a regar muchísima sangre. Yo recobré el ánimo y disparé la segunda ráfaga, que lo alcanzó en el brazo, en un hombro y en el corazón».
Un poco después el suboficial Carlos Pérez entra al cuarto y hace un disparo contra el cuerpo; no será el único, el soldado Cabero, para vengar la muerte de su amigo Manuel Morales, también dispara contra el Che. Los diferentes testimoniantes parecen estar de acuerdo en la hora de la muerte de Ernesto Che Guevara: hacia la 1.10 de la tarde del domingo 9 de octubre de 1967. La maestra les grita a los asesinos. Un cura dominico de una parroquia cercana ha intentado llegar a tiempo para hablar con Ernesto Guevara. El sacerdote Roger Schiller cuenta: «Cuando me enteré de que el Che estaba detenido en La Higuera conseguí un caballo y salí para allá. Quería confesarlo. Sabía que había dicho «Estoy frito».
Yo quería decirle:
–Usted no está frito. Dios sigue creyendo en usted.
Por el camino me encontré un campesino:
–No se apure, padre –me dijo– ya lo liquidaron».
Hacia las cuatro de la tarde el capitán Gary Prado retorna al pueblo tras la última incursión de los rangers en las quebradas cercanas. En la entrada a La Higuera el mayor Ayoroa le informa que han ejecutado al Che; Prado hace un gesto de disgusto. Él lo capturó vivo. Se preparan a transportar el cuerpo en el helicóptero. Prado le amarra la mandíbula con un pañuelo para que el rostro no se distorsione. Un fotógrafo ambulante toma fotos de los soldados rodeando al cadáver en una camilla, son fotos domingueras, pueblerinas, sólo están ausentes las sonrisas. Una foto registra a Prado, al cura Schiller, a doña Ninfa al lado del cuerpo.
El cura entra a la escuela, no sabe qué hacer, recoge los casquillos y los guarda, luego, se pone a lavar las manchas de sangre. Quiere limpiar parte del terrible pecado de que hayan matado a un hombre en una escuela. A Mario Terán le han prometido un reloj y un viaje a West Point para asistir a un curso de suboficiales. Las promesas no se cumplirán.
El helicóptero se eleva llevando amarrado en su patín el cadáver del Che Guevara.
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